En mi viaje a Sevilla he podido ver muchas cosas, pero lo
que más destaco es lo que pensaría igualmente si visito Madrid, Roma, París,
Granada, Murcia…
Yo soy católica, estudié en colegio religioso, obligada a ir
a misa todos los domingos, pero cuando empecé a crecer y a darme cuenta de la
realidad me autodenominé católica no practicante y cada día menos creyente.
Es “curioso” entrar en una catedral, previo pago de 8€, y
ver la cantidad de tesoros que hay bajo esas magníficas edificaciones. Rosarios
de oro y perlas auténticas, cáliz de oro, altares de plata, altares de oro,
cuadros antiquísimos valorados en muchísimo dinero…
Sé que este tema es espinoso, pero la iglesia es lo más
hipócrita que hay en este mundo. Tienen riquezas que a los turistas nos encanta
ver, pero que quitarían el hambre en el mundo y ayudarían a millones de
personas a estabilizar sus vidas, a muchas personas en paro que no tienen ni
para comer, ni para vivir porque hasta han perdido sus casas.
Y ellos mientras pidiendo a los que nos deslomamos
trabajando por unos míseros euros que nos quitemos el pan de la boca para
darlos a los más desfavorecidos.
Pues mire usted, no me da la gana.
Mientras la iglesia esté rodeada de riquezas me niego a que
ellos vivan en la abundancia sin dar palo al agua mientras yo me tengo que
estrujar los sesos para poder llegar a fin de mes y pidiendo a gritos no perder
el trabajo.
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