11 enero 2012

El ejemplo hay que darlo.


En mi viaje a Sevilla he podido ver muchas cosas, pero lo que más destaco es lo que pensaría igualmente si visito Madrid, Roma, París, Granada, Murcia…

Yo soy católica, estudié en colegio religioso, obligada a ir a misa todos los domingos, pero cuando empecé a crecer y a darme cuenta de la realidad me autodenominé católica no practicante y cada día menos creyente.

Es “curioso” entrar en una catedral, previo pago de 8€, y ver la cantidad de tesoros que hay bajo esas magníficas edificaciones. Rosarios de oro y perlas auténticas, cáliz de oro, altares de plata, altares de oro, cuadros antiquísimos valorados en muchísimo dinero…


Sé que este tema es espinoso, pero la iglesia es lo más hipócrita que hay en este mundo. Tienen riquezas que a los turistas nos encanta ver, pero que quitarían el hambre en el mundo y ayudarían a millones de personas a estabilizar sus vidas, a muchas personas en paro que no tienen ni para comer, ni para vivir porque hasta han perdido sus casas.

Y ellos mientras pidiendo a los que nos deslomamos trabajando por unos míseros euros que nos quitemos el pan de la boca para darlos a los más desfavorecidos.


Pues mire usted, no me da la gana.


Mientras la iglesia esté rodeada de riquezas me niego a que ellos vivan en la abundancia sin dar palo al agua mientras yo me tengo que estrujar los sesos para poder llegar a fin de mes y pidiendo a gritos no perder el trabajo.



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